Martín Aguilar
La Iglesia se vio obligada a la movilización social, ante la violencia que priva en el país, "cuando el agua llegó hasta los aparejos". Más vale tarde que nunca. Su responsabilidad se había visto capturada por la oportuna prudencia y actuar en medio de la diligencia. Pero la sangre corrió en el templo y la conmocionó, manifestó el Centro Católico Multimedial.
Pues el asesinato en Cerocahui y de otros sacerdotes e integrantes de la iglesia, se sumó a otros tantos miles de muertes violentas en México, indicó.
A un año del asesinato de los sacerdotes jesuitas, los padres Gallo y Morita, en Cerocahui, Chihuahua, el panorama es más devastador.
El pasado 15 de junio, la muerte violenta de Gertrudis Cruz de Jesús y Cliserina Cruz Merino, mujeres triquis y catequistas en la diócesis de Huajuapan de León, ensombrece aún más el recuerdo de los funestos hechos que han promovido la convocatoria de la Conferencia del Episcopado Mexicano a promover dos acciones nacionales por la paz este 18 y 20 de junio.
En el editorial titulado "Gallo y Morita… Cliserina y Gertudris", resaltó que sin duda, construir la paz de forma artesanal lleva tiempo, pero ese tiempo parece agotarse. Cada vez más, indignados toman las calles para levantar su voz a la manera de clamor por la inacción de los responsables que han depuesto su responsabilidad para que otros hagan justicia desde el trono de la impunidad y la violencia.
Miles de desaparecidos, muertos y más muertos. El delito es norma mientras las cifras alegres de las autoridades, el justificante de la incapacidad que es una bofetada directa al rostro de quienes claman por saber la verdad.
En 2022, en una de las diversas homilías por oficios exequiales de los sacerdotes de la Tarahumara, un párrafo fue contundente: "Los abrazos ya no nos alcanzan para tantos balazos".
Este 18 de junio, en decenas de parroquias, iglesias y templos, la Iglesia católica unieron su voz para dar rostro a todos los quieren dejar sin rostro. Una foto es un signo. Una imagen es recuerdo, una cara es presencia.
Desde el magnicidio del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, no se había visto tan estrujada y conmovida. Sus sacerdotes han sido tocados por el crimen, a la fecha, nueve en este sexenio, entre ellos un seminarista cuya única culpa era circular en su camioneta con su familia a la hora y en el momento menos oportunos, pero el historial se extiende más allá de este momento mientras muchos de esos casos permanecen en la más absoluta impunidad.
Las acciones por la paz convocadas por la CEM, los jesuitas de México y los superiores religiosos pretenden dar una sacudida a nuestras conciencias.
Repicar las campanas el 20 de junio será una acción para hacer silencio y reflexión. Una señal y signo, un grito cuyo tañido habrá de reproducirse en cada rincón del territorio nacional para decir al mundo que son más quienes buscan y quieren la paz.
A un año de estos crímenes, la esperanza cristiana nos deja en la certidumbre de que las cosas serán diferentes. Sean Gallo o Morita, Cliserina o Gertrudis, esos nombres se multiplican cada vez más en el territorio nacional. Si se dejan en el olvido, entonces seremos responsables de omitir nuestra responsabilidad ante lo que nos toca.
Todos podemos hacer algo, desde la discreta oración hasta acciones más contundentes para decir al mundo que en México nos estamos aniquilando. Que es necesario decir ¡Basta!
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