Los poderosos suelen enfrentar una enfermedad que los especialistas han denominado síndrome de Hubris.
El médico y político británico David Owen, fue el autor que descubrió la enfermedad de los líderes.
Identificó dicho síndrome que proviene del griego hybris, como el acto mediante el cual un personaje poderoso se comporta con soberbia y arrogancia.
Es decir que suelen actuar con exagerada autodesconfianza que los lleva a despreciar a los demás y conducirse en contra el sentido común.
En la antigua Grecia, ese comportamiento era mal visto, deshonroso y digno de ser censurado.
Un reporte de CNNExpansión, señala que quienes padecen ese trastorno se sienten capaces de realizar grandes tareas.
Se trata de líderes que "creen saberlo todo y que de ellos se esperan grandes cosas, por lo que actúan yendo más allá de la moral ordinaria".
Federico Bermúdez Rattoni, investigador del Instituto de Fisiología Celular de la UNAM, declaró que Hubris no es una enfermedad como tal.
"Hay personas que en el juego social pueden adquirir o tener mucho poder, y esto los hace adictos a él" dijo el académico a la revista Quo.
David Owen consideró que el síndrome de Hubris suele mezclarse con el narcisismo y trastorno bipolar.
Owen sabe de lo que habla en su interesante obra En el poder y en la enfermedad: Enfermedades de jefes de Estado y de Gobierno en los últimos cien años.
En la revista digital Disruptiva, Oscar Picardo aborda al detalle "el poder como enfermedad".
Cita a Max Weber, que dice: "el poder es la probabilidad de imponer la propia voluntad, aún contra toda resistencia".
Del pensamiento de Bertrand Russell, precisa: "el poder es la producción de los efectos proyectados sobre otros hombres".
Y de Norberto Bobbio, expresa: "el poder es la capacidad de un sujeto de influir, condicionar y determinar el comportamiento de otro individuo".
Picardo también citó a Fernando del Pino en su artículo "La patología del poder".
Señala los síntomas de ese padecimiento: indiferencia, frialdad, excesivo protagonismo, juicio simplista y desconexión con el sufrimiento que provocan sus decisiones.
Más: la enfermedad del poder degrada moralmente a la persona, su egoísmo es progresivo; se hace cada vez más intenso y hostil.
"Los grandes dictadores o tiranos de la humanidad han vivido ese viaje o ascenso, pasando de ser carismáticos y encantadores hacia una situación perversa, violenta e inhumana".
Cualquier parecido con Palacio Nacional es mera coincidencia. ¿Nos invadió el síndrome de Hubris con el actual presidente y otros gobernantes?
La buena noticia es que la enfermedad se cura cuando se acaba el poder.
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