A un mes de que concluya el sexenio, el Presidente Andrés Manuel López Obrador ha perdido el control del país.
Se coronará como un depredador de instituciones, y le dará la razón a la oposición que siempre lo consideró un peligro para México.
Su obsesión por despedazar al Poder Judicial aún tiene un tortuoso camino, que transitará primero por el Congreso Federal y recaerá en la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN).
Cualquier modificación a la Constitución no solo requiere el aval de la Cámara de Diputados, también del Senado de la República.
Pero eso no es todo, también debe pasar por al menos 17 Congresos estatales. Y todo ello no es fast track, tiene sus propios tiempos y plazos.
En una actitud vengativa, saturada de rencor e ira, el Presidente siempre se mostró en contra de los organismos autónomos.
En la recta final de su traumático sexenio, envió sendas iniciativas de reformas para desaparecer todos los organismos creados para vigilar, supervisar y transparentar la vida y el quehacer público.
¿Porqué acabar con la transparencia? ¿Para no rendir cuentas? ¿Para solapar la corrupción?
El obradorato tiene como característica la falta de transparencia, la corrupción como bandera y el aplicar mayorías absolutas sin consideración alguna.
A todo ello se le suma la impunidad, cargada de una fuerte dosis de violaciones sistemáticas a la Constitución y leyes que de ella emanan.
La colusión con el crimen organizado, es el estilo único de gobernar al amparo de la metralla, crímenes, atrocidades, vejaciones, atropello a la libertad de expresión y asesinato de periodistas y defensores de los derechos humanos.
La confrontación es el ADN del Presidente, reflejo constante de sus iracundas actitudes enfrentándose hasta a los más poderosos: Estados Unidos y Canadá.
Y el gobernar tras bambalinas es su máxima obsesión: echarle un segundo piso a una 4T con débiles cimientos, que con el mínimo movimiento telúrico se vendrá abajo.
Pero todo dependerá de la ruta que marque la Presidenta en funciones a partir de 1 de octubre.
La historia muestra que hay un antes y un después del final e inicio de cada sexenio.
El poderoso potencial electoral que las autoridades legitimaron para la presidencia de Claudia Sheinbaum la facultará para desprenderse de cualquier yugo de su predecesor.
Así son los últimos días de una administración que está por llegar a su fin, y el inicio de un nuevo periodo sexenal.
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