Se supone que la toma de protesta ante el Congreso de la Ciudad de México era su fiesta, y que sería ella la única estrella, pero su invitada principal, Claudia Sheinbaum, le robó los reflectores.
La ceremonia había iniciado temprano, con los representantes de los partidos hablando ante Brugada, quien atestiguaba el acto en el presidium del Salón de Plenos. Los discursos no fueron malos, sobre todo los de la oposición.
Sus representantes actuaron con madurez, proponiendo las bases para un entendimiento con el nuevo gobierno. En especial el PAN, con Andrés Atayde; el PRD, con Nora Arias, y el PRI, con Tania Larios.
Todo iba bien, con los oradores respetando su turno, ajustándose al tiempo reglamentario como relojitos. Terminaron y se anunció que Sheinbaum estaba llegando; se nombró a una comisión para recibirla, pero todo el mundo se apuntó.
El recorrido de la Presidenta por la calle de Donceles se prolongó por los saludos y selfies con la gente que estaba en las vallas, lo que retrasó un poco su llegada. Cuando por fin apareció, todos se arremolinaron para saludarla, tomarse una foto, o que al menos los viera.
Los gritos de "Presidenta… Presidenta..." inundaron el salón, mientras Clarita permanecía sentada en el presidium, esperando a que concluyeran las salutaciones a la recién llegada; dejó de ser la estrella de la fiesta, que, en teoría, iba a ser de ella.
Algunos invitados, igual que aquellos que se pasan de copas en una reunión, empezaron a gritar: "Es un honor estar con Obrador…". Entre los que gritaban loas al expresidente estaban Alejandro Encinas, Gerardo Fernández Noroña y otros extraviados.
Claudia jamás perdió la sonrisa e ignoró a Encinas, evitando su mirada, mientras repartía saludos. En tanto, Marcelo Ebrard, secretario de Economía, relegado en una de las corraletas del recinto; jamás se despegó del chat en su celular.
El camino al presidium se hizo eterno por las peticiones de los presentes a Sheinbaum; al llegar al lugar que le tenían asignado, se abrazó con todos… hasta con Clarita.
Por fin la gobernante capitalina pudo rendir protesta y, como si fuera venganza, se echó de pie un discurso de 40 minutos, a pesar de sus problemas de cadera. Seguro le funcionaron muy bien los tenis blancos que lleva a todos lados, y que ya son parte de su outfit.
Le habían robado las luces en su fiesta… pero para eso había preparado una tornafiesta.
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